Tanto tiempo ha transcurrido desde aquellos lejanos días de mi infancia y aun en mi memoria consigo recrear algunas imágenes del pasado contrastándolas con el presente.
Me recuerdo de pantalón corto en el año 1940 en un día soleado y primaveral en la misma calle Rivadavia en la cuadra del 5200 y frente a la entrada de la librería “1810” a cargo de mis padres y viendo transitar a los peatones y vehículos.
El ritmo era pausado, casi pueblerino, en un entorno de casas todavía bajas con solo algún edificio discordante, que con su altura desafiaba la monotonía del paisaje urbano aun pleno con sus muchos diferentes carros tirados por caballos, sus omnipresentes tranvías eléctricos, entre los pocos autos y algunos colectivos y también camiones.
El pavimento es de adoquinado de madera dura asentado en arena y cubierto de alquitrán, todo tan plano como un lujo de la avenida Rivadavia pues las calles del entorno solo contaban con adoquines de piedra que eran tan desparejos y ruidosos por el traqueteo de las ruedas de los muchos carros que aun poseían llantas de planchuelas de hierro.
Toda Rivadavia tenía doble mano con sentido de circulación por la izquierda tal como en Inglaterra, habían pequeñas plataformas centrales denominadas refugios para protección de los peatones que cruzaban a la vereda opuesta y a sus ambos lados corrían paralelas las vías tranviarias.
De esos refugios centrales se elevaban las únicas columnas del mortecino alumbrado eléctrico que eran artísticas y de hierro fundido.
Habia toda una red de acero de cables y bridas afirmados también en los frentes de toda la edificación circundante que sostenían en perfecta horizontalidad el cable conductor de electricidad en el que se apoyaba la ruedecilla acanalada del troley del contacto de energía del tranvía.
Ahora recuerdo los sonidos de la calle: algún bocinazo también de claxon, el clásico del afilador de cuchillos, el pregón vocinglero de cualquier vendedor ambulante, los cascos herrados del trote de los caballos de sulkies y de carros y el chirrido metálico de las ruedas tranviarias al transitar las curvas.
Un párrafo aparte merece algún habitual cortejo fúnebre precedido por la solemne y barroca carroza mortuoria tirada por caballos y seguida por la columna de los carruajes de los deudos inspirando a su paso el respeto y el recogimiento correspondiente.
Nuevamente el ánimo infantil retoma su natural curiosidad de descubrimientos y explora entonces la vereda de enfrente.
Primero se destaca la Escuela Primaria con su fachada oscura y su chapa identificadora y la infaltable bandera flameante. Edificio antiguo de muchas habitaciones y varios patios adaptado y convertido para sus funciones actuales.
A su lado derecho varias diferentes casas con destinos comerciales: la fábrica de sándwiches de pan de miga de los hermanos Yenta, el estudio fotográfico de Wenewdickter, la tintorería de Simon, la ferretería de los Caamaño, la entrada angosta al primer piso donde está la Academia Pitman y llegando a la esquina de la calle Parral, el Banco de Italia.
Al lado izquierdo recuerdo a la casa de pompas fúnebres Gitelli a la fabrica de sellos de goma de Barthe y en la esquina de la calle Colpayo a las maquinas de coser Singer
Volviendo a mi vereda en la esquina de Picheuta (hoy Calazanz) la vetusta tintorería japonesa EL Tokio y a su lado una casa donde se atendía como peluquería masculina de los hermanos Keegles. A continuación la armería y cuchillería de Maito y después el caseron del Doctor Liceaga, medico pediatra, profesor de enseñanza media y político Radical en 1947 devenido Diputado Nacional.
Lindando estaba nuestra Librería con su vivienda detrás y al otro lado el Petit Hotel Señorial de los Wiedma que eran dos hermanos ingenieros acaudalados constructores y propietarios de edificios de apartamentos en alquiler (previos a la ley de la propiedad horizontal) tal como el de Rivadavia 5254 hoy existente y habitado aun totalmente vigente.
En su planta baja el local comercial de la florería Naveros y el de ropa deportiva Hilgo.
A continuación la lencería Kuky, La Corsetería Distefano que incluía también una peluquería femenina, la casa del carbonero Motto, la tienda del “turco” Albahari y la camisería del ruso judío Sheinkestel, una sucursal del Banco Español y la agencia de avisos del diario La Prensa.
Fue la vereda de mis juegos y correrías, de aquellos días tranquilos y despreocupados donde los niños vecinos pedaleaban algún triciclo o corrían en monopatín y se reunían habladores sin peligro alguno y con la plena confianza de sus mayores en ese entorno todavía tan seguro.
Fueron aquellos tiempos que ya no volverán como reza la nostalgia, pero el mundo sigue andando y naturalmente cada vez más acelerado y cambiante, asombroso e impredecible.
Aun así, nuestro mundo de entonces era preocupante e incierto, tan trágico en Europa donde se estaba extendiendo y acrecentando la segunda guerra mundial y aquí a salvo por la distancia, pero igualmente involucrados por las inevitables incidencias y consecuencias que alcanzarían incluso a los no participantes.
Yo era solamente un niño y si bien escuchaba los comentarios de los adultos respecto a los noticiosos de la radio y veía los titulares de los diarios no comprendía cabalmente la magnitud del drama. Estaba preservado por mi inocencia y por la lejanía del teatro de las operaciones militares.
Llegando la numeración de la Avenida Rivadavia en su vereda par al 5300 estaban: El Bazar Dos Mundos, la perfumería de Recagno, otra Camiseria y el Cine Primera Junta.
La joyería relojería Goyita del Sr. Feldstein y la Bombonería y Caramelería Salemy, una sucursal GDA (Grandes Despensas Argentinas) otra de la Vinería La Superiora y de la casa de tes y cafes Los Mandarines, la óptica de Detofolli, el bazar Midori y en la esquina de Primera junta La Farmacia Gonzalez.
Allí mismo enfrente en los números impares del 5300 estaban: la importante Joyería Biagiola y la casa de Electricidad Iluminación y Radio Disquería Alchieri. También la librería Barreiro, la confitería El Campidogio, la sedería Azar, la pizzería Tuñin, y la panadería Roma (aun existente)
En el mismo cruce con la calle Rojas al norte y con la calle Centenera al sur, punto nombrado “Primera Junta” por su estación cabecera terminal del Subte línea A, había una garita policial de ordenamiento del tránsito vehicular que operaba como actualmente lo hace cualquier semáforo, entonces inexistentes, en la que un efectivo cumplía su cometido provisto de un silbato e indicando con sus brazos extendidos las ordenes de detención o consecución, etc.
Era el tiempo de la Radio con sus radionovelas, su música y los noticieros.
También de los discos de “pasta” de 78 revoluciones y pronto asomaría la “onda corta” internacional como maravilla tecnológica.
La mayoría de las heladeras aun eran “a hielo” , había ya ventiladores eléctricos y planchas eléctricas pero aun subsistían las a carbón.
Las estufas eran mayoritariamente a kerosene y las hornallas de las cocinas a carbón vegetal.
Aun faltaban muchos años para la aparición de los electrodomésticos como hoy los conocemos y el pionero de todos fue la licuadora.
El teléfono “candelero” era el rey de la comunicación y el correo postal con sus infaltables buzones rojos en las esquinas recibía cartas timbradas y postales de salutación tan esperadas como apreciadas.
Pronto aparecerían los primeros tubos fluorescentes en novedoso y eficiente reemplazo de los bombillos incandescentes.
Hasta mas ver.
Mario Bolotinsky (propietario de la Antigua Juguetería «1810»)
Fuente: CaballitoTeQuiero