Cuando nació el cine sus pretensiones eran modestas. Apenas superaba a la fotografía que tenía como fin la captura de un instante. Fotografía y cine eran máquinas del tiempo y nacieron como modo de comunicación antes de ser arte. El cine registraba una mínima porción de tiempo en un lugar con un destino de eternidad frustrado por la futilidad de sus materiales (decía Vinicius del amor que sería “infinito mientras dure”). Pero cuando el cine pudo ser arte alcanzó el propósito explícito de “imaginar” ( poner en imagen) y el sentido que inspira al artista de trasmitir emociones.
Del universo emotivo la mas poderosa, sin dudas, es la del amor. El gran desafío para el artista plástico o el fotógrafo es poder sugerirlo en una imagen inmóvil que exceda lo gestual ya que el amor no es momento sino acto. Bien podían ya conseguirlo la literatura y el teatro. La primera porque la composición mental es perfecta aun cuando la descripción fuese pobre y el segundo porque no tiene primeros planos y el foco lo completa también la mente.
El cine debió aprender mucho antes de ser elocuente. En los primeros años explicaba con un cartón entre escenas lo que la imagen no podía decir y luego tuvo relatores en off que contextualizaban o reflexionaban. La dirección de actores se fue haciendo cada vez mas sofisticada pero también mas sutil. De los gestos estereotipados, dedicados a la cámara, al valor de la naturalidad o de la composición de personajes creíbles fue ganándose y refinando los sentidos del espectador.
En la cultura, y fuera de los marcos del arte, el amor no necesita representación: es. No existe una escuela de amor, no hay un modelo correcto de amar, simplemente irrumpe, fluye y toma la forma que necesita. Pero se identifica y advierte. No importa si es el del padre severo o de la abuela que repudia los abrazos o de los amantes que siguieron tratándose de usted toda la vida.
El testigo todo lo reconoce.
El cine debía elegir modos propios y lo hizo en miradas y mohines hasta que el truco fue perdiendo eficacia. De entre los recursos de representación del amor el beso implica el mas importante, mas explícito, mas necesario y mas revulsivo para la moral de cada tiempo. Los hubo permitidos y censurados, los hubo simulados, sutiles y sobreactuados, los hubo tímidos y apasionados. Los personajes se acercaban al beso y volteaban la cabeza, o los labios de las parejas se posaban sincrónicamente por encima o por debajo de la otra boca. El beso era un problema en el que los directores y amantes del cine perdían o se perdían y algunas veces alcanzaban lo sublime. Así lo denunció, en un mensaje sutil y de magnífica belleza, Giuseppe Tornatore en “Cinema Paradiso” con una escena absolutamente prescindible pero imperdonablemente medular de besos de celuloide.
Es que un beso de amor no puede fingirse y representarlo necesita de la convicción del artista como de la ingenuidad del espectador en un mundo que nos hizo menos ingenuos pero que no logró suprimir la credulidad por lo que siempre cuenta el cine con nuestra predisposición como tributo -aunque jamás como regalo-.
El beso, aun en un mar de fallidos, torpezas y artilugios de mercado, señala la evolución del cine. Aunque no tienen parentesco ni comparación, para los seres sensibles hay algo que comparten el cine y los besos: es que su eficacia no está en que te convenzan, sino en que puedas sentirlos.
Ariel Magirena
DIbujo original, fotografía y composición: “Besos de cine” de @arielmagirena