Sofía Bernasconi contó cómo hace un año y medio comenzó a intervenir con la técnica del mosaiquismo rampas y veredas obstruidas o en mal estado para visibilizar las dificultades de acceso en la Ciudad de Buenos Aires.
Sofía Bernasconi tiene 45 años, es empleada bancaria, se desplaza en silla de ruedas y, desde hace un año y medio comenzó a intervenir con la técnica del mosaiquismo rampas y veredas obstruidas o en mal estado para visibilizar las dificultades de acceso que presenta la Ciudad de Buenos Aires: corazones, conejos, tazas, pelucas y sombreros que remiten al universo de “Alicia en el país de las maravillas” la inspiraron para su misión, así como otras imágenes de diseño más despojado que llevan la leyenda “estación no accesible”.
El derrotero de Sofía se inició hace mucho tiempo. Vino a los 18 años desde la localidad bonaerense de Las Flores a la Ciudad de Buenos Aires para estudiar arquitectura, pero la lesión medular que sufrió a los 19 años le cambió la vida. Así comenzó a trabajar como voluntaria de la ONG Acceso Ya, para la que hace relevamientos en las calles y denuncia barreras arquitectónicas que luego se informan al Gobierno porteño.
Desde niña había hecho cerámica, y desde hace 13 años comenzó a asistir al taller Escuela del Sur, de Andrés Jacob, donde hace vitraux, vitrofusión, mosaiquismo y herrería. Por otra parte venía siguiendo en Instagram a un artista francés que hace intervenciones en la vía pública reparando veredas y calles rotas con azulejos y venecitas, y una tarde, durante una recorrida por el barrio de Almagro junto a su novio selló la idea de hacer las baldosas.
“Esa tarde encontramos una rampa que tenía un agujero en el medio, le saqué una foto con el celular para hacer la denuncia en Acceso Ya y él me dijo: porque no lo reparás vos. Yo no me creía capaz de poder hacerlo, pero él me convenció de que tenía todas las condiciones por el manejo del mosaico y otras técnicas. Y él me podía ayudar con el cemento porque es maestro mayor de obras”, cuenta la joven a Télam.
Así se inició el proyecto, al que bautizó Reacción Rodante, con el cual llegó a 30 intervenciones en Almagro, Villa Crespo, Belgrano y uno en Mar del Plata, ilustrado con un lobito marino con el sombrero de Alicia. “Mi idea es llenar la ciudad de baldosas”, se ilusiona Sofía al tiempo que cuenta por qué la obra de Lewis Carroll fue su inspiración.
“Ella se cae en un pozo y por esa caída le pasan un montón de cosas y también entra en un mundo de fantasía. Si yo o cualquier persona cayera en un agujero también pueden pasar un montón de cosas. En mi caso, lo asocié con mi mundo de fantasía, en el que sueño que las rampas van a estar sanas y el transporte público va a ser accesible”, explica Sofía, quien precisa que en cada baldosa hay una alusión a Alicia. Corazones rojos de las cartas de póker, tazas, tazas, gatos y conejos en tonos blancos, amarillo, celeste y negro integran el listado de baldosas circulares, triangulares y rectangulares, así como la imagen de una niña que corre sobre un suelo de color rosa.
“La primera baldosa fue muy complicada de pensar. Yo no quería tapar el agujero de la baldosa con cemento, quería que la gente que pase por ahí tuviera registro de que antes había un agujero, y no quería poner azulejos de colores sino que tuviera un mensaje de accesibilidad. Ese primer diseño quedó abstracto y esa primera baldosa salió bien y está intacta, aún hoy”, cuenta.
A partir de la difusión que Sofía logró a través de su Instagram @reaccionrodante la contactan personas que se dedican al mosaiquismo o quieren colaborar con el proyecto y acepta esa iniciativa porque quiere que avance y se replique en todo el país, afirma.
Otra cuestión que tiene en cuenta es la premisa del reciclado. “Intento usar azulejos que la gente descarta; alguna vez me regalaron una taza rota de un familiar que preferían que se le diera ese uso y no que quedara tirada; también veo si encuentro azulejos en los volquetes para de esa manera, darle un segundo uso a algo que va a la basura”, explica.
Uno de sus trabajos se puede ver en la vereda de la estación Río de Janeiro del subte A, totalmente vedada a una persona que tiene dificultades para desplazarse porque, entre otras cosas, no cuenta con ascensor, ni tampoco señalética para no videntes, explica, quien inició un reclamo a la prestataria y la respuesta fue que junto a otras estaciones “está en un plan de adecuación de 20 años”.
“Vivo a dos cuadras de la estación Río de Janeiro y me gustaría que tuviera ascensor porque trabajo en el microcentro y quisiera poder viajar en transporte público, porque es un derecho que tengo. En Plaza de Mayo hay estación accesible con ascensor y faltaría que esta lo fuera”, insiste Sofía. En la vereda, donde Sofía practicó la intervención faltaban dos baldosas y la intervención artística que realizó vino a reparar el agujero y evitar una caída, por un lado, y señalar que en esa estación falta accesibilidad.
“Hay mucho desconocimiento, por eso me interesó visibilizar las dificultades, no solo para las personas con movilidad reducida, sino para cualquier persona que va distraída y se puede caer, o fracturar por el mal estado de las veredas; de la misma manera, la falta de accesibilidad en el transporte público, en los locales comerciales, en los edificios gubernamentales dificulta el acceso a personas mayores o a madres que circulan por la Ciudad con sus hijos en cochecitos”, advierte.
En su Instagram figura el listado de todas las rampas intervenidas y está pensando en hacer un mapa para geolocalizarlas, pero cuenta que hay gente que le dice que no quiere saber dónde están sino sorprenderse al encontrar sus baldosas por la calle. El nombre de Reacción Rodante responde a una necesidad de que su acción tuviera un sello propio. “Quería reaccionar a esta falta de accesibilidad con una acción mía, por un lado, y rodante tiene que ver con que yo me muevo en silla de ruedas”. La elección fue efectiva porque según le comentan sus seguidores, les generó curiosidad.
Frente a la estación Río de Janeiro, del subte A, Sofía insiste en su reclamo y cuenta que después de mucho esfuerzo optó por comprar un vehículo con el que va al microcentro todos los días a trabajar. Tampoco esa situación la exime de problemas, ya que si bien el certificado de discapacidad le permite estacionar libremente más que a otras personas, no cubre todas sus necesidades. Y las multas no se hacen esperar.